Durante la tarde de ayer se dieron cita en "Ciudad del Bienestar" la totalidad de Comunidades de Vida Consagrada de Aranda de Duero y la Comarca. El acto comenzó con la celebración de la Eucaristía, presidida por el Padre Juan, Misionero del Corazón de María "Claretiano". Finalizada la misma, se pudo compartir una rica merienda que fue la ocasión propicia para poner en común la misión y quehacer de cada una de las Comunidades Religiosas presentes.
En la cita anual estuvieron presentes los Misioneros Claretianos, Madres Benedictinas, Hijas de la Caridad, Hermitas de los Ancianos, Dominicas de la Enseñanza, Padres Dominicos, Padres Agustinos, Hermamos de la Sagrada Familia, estos últimos con la presencia del Superior Provincial en España, el Hno. David, y su Primer Consejero, el Hno. José Luis. Todos ellos/as junto con los Hermanos de San Gabriel que ejercieron en esta ocasión de anfitriones acogiendo, en la recién creada comunidad religiosa de Aranda, a todas las comunidades de Vida Consagrada. Una ocasión muy especial de convivencia, de alegría "juvenil" y con la esperanza cierta puesta en futuros encuentros más habituales.
Providencialmente, la homilía del P. Juan, fue muy en línea con la pronunciada por el Santo Padre, el Papa Francisco, en Roma con motivo de la celebración de Vida Consagrada:
"La actitud de supervivencia nos vuelve reaccionarios, miedosos, nos va encerrando lenta y silenciosamente en nuestras casas y en nuestros esquemas. Nos proyecta hacia atrás, hacia las gestas gloriosas —pero pasadas— que, lejos de despertar la creatividad profética nacida de los sueños de nuestros fundadores, busca atajos para evadir los desafíos que hoy golpean nuestras puertas. La psicología de la supervivencia le roba fuerza a nuestros carismas porque nos lleva a domesticarlos, hacerlos «accesibles a la mano» pero privándolos de aquella fuerza creativa que inauguraron; nos hace querer proteger espacios, edificios o estructuras más que posibilitar nuevos procesos.
La tentación de supervivencia nos hace olvidar la gracia, nos convierte en profesionales de lo sagrado pero no padres, madres o hermanos de la esperanza que hemos sido llamados a profetizar. Ese ambiente de supervivencia seca el corazón de nuestros ancianos privándolos de la capacidad de soñar y, de esta manera, esteriliza la profecía que los más jóvenes están llamados a anunciar y realizar.
En pocas palabras, la tentación de la supervivencia transforma en peligro, en amenaza, en tragedia, lo que el Señor nos presenta como una oportunidad para la misión. Esta actitud no es exclusiva de la vida consagrada, pero de forma particular somos invitados a cuidar de no caer en ella. Volvamos al pasaje evangélico y contemplemos nuevamente la escena."